Me queda un puto culo de whisky / "Hominis, estoy en nosotros".

Capítulo 3
Año 2014



Me queda un puto culo de whisky




Que mierda.

¡Weigel!, despierte, vamos. Acérquese.
¡Venga le digo!.
Eso.

Tome asiento.

Usted y yo, Weigel, haremos exitoso este campo. 
¡¿Otra vez?!. ¿Qué le pasa?. ¿Ah?, ¿qué dice?, ¡carajo!, ¡¿cómo cree?!, ¡cómo se pueda mierda!, ¡hombres más jóvenes que usted se desvelaron en estos barracones, olvidaron el aire de los pinos por la eterna humareda de cuerpos asados durante años. Sin salir, sin recibir correspondencia, sin noticias de nada ni nadie. 
Hombre. ¿Desde cuándo esas preguntas?. Imbécil. Hemos tenido mucho menos que esta mierda de Whisky y aun así recibíamos cinco, ocho, diez trenes de una inmutable veintena de vagones. 
Diez trenes a la mierda. Cumplíamos. 
Hoy no es el peor de todos los días.
Pero todo es mierda.
¿Oyó, Weigel?, estamos hasta la frente enterrados en esta puta mierda.
Mire. Le contaré algo, Weigel.
Algo que no debería decirle a usted pero qué más da, no tengo reparos ya, los soviéticos van a cortarle las pelotas.
¡Epa!, ¿¡que pasa hombre!?, no se aflija, vamos.
¡Vamos!, ¡enderece soldado!.
Eso.
Bien.
Piense, Weigel, ¿cómo acaso yo voy a saber algo de afuera?.
¿Eso cree?, ¿qué sé algo?.
Bueno, bien.
Recuerde. Acá nadie sabe nada. ¿Cuántos judíos existen?, ¡todos los días trenes llenos, Weigel!.
No importa, venga, acérquese.
Tome.
¡Vamos tome!, tome un trago y le cuento.
Tome, vamos.
¡Tome!, ¡eso!, beba, beba y ya.
No es muy bueno, ¿no?, lo sé hombre, no se me muera acá sentado, vamos, venga de nuevo el vaso.
Bien, le cuento.
Baum, Reber, no, no, mire mis dedos, no pierda la vista de mis dedos, ¿tiene la vista sobre mis dedos?, ¿ya?, bien.
De nuevo, Baum, Reber, Rohmer, este que es de Stutgart, ¡Schell!.
Mire mis dedos Weigel.
Son Baum, Reber, Rohmer, Schell y este que siempre me olvido mierda.
Espere.
¡Heine!.
Esos cinco. 
Ese Klausen, Kleiber o como sea el apellido creo que también. ¿Cuál es?, usted lo sabe, vamos.
Sí, no diga que no, lo tiene, ¡espere!, ¡el de la cara de judío!, ¡ese!, ¡sí!, ¡Klausen!, ese mismo, Klausen.
Ese imbécil también.
Todos unos hijos de una grandísima puta.
¿Sabe que me dijeron?, que no me meta con la cocaína si iba a estar acá.
Que muchos quedaban locos.
Pero no sé ya.
¿Usted?.
No, usted no claro, ¿cómo podría a usted interesarse en eso?.
Hace calor, Weigel, mucho.
Son los hornos de mierda.
¿Sabe?, tengo la pistola en el cajón del puto escritorio.
Cargada.
Estaba en los barracones de por allá, Weigel y alguien la trajo.
No sé quién la dejo en el cajón.
Tal vez ese con cara de judío, ese Klausen.
A ese le voy a pegar un tiro en la cara, debe ser judío, no entiendo porque tiene esa nariz.
Voy a hacerlo.
Mire, Weigel, con esta pistola, mi pistola, maté a tantas de esas ratas judías que si alguna vez pensé en llevar la cuenta, al rato me aburrí como usted no imagina.
Ayer nomás, todos en fila y yo a los tiros y no se mueren carajo.
No les dispare a matar pero esperaba al menos. No sé.
Un infarto por ejemplo.
Pero no.
No se mueren sino hasta la última bala.
Aquel idiota imbécil me mintió.
El aire del campo no los debilita, tampoco los envenena.
¡Escuche Weigel!, ¡no hay ningún gas mata-ratas-judías en el aire!.
Es un gastadero de munición.
Ahora pruebo con un tiro en el vientre, o en las pelotas.
Pero no.
No pasa nada.
Se retuercen, gritan.
Aunque eso no molesta tanto, los gritos no, sino cuando gimen con esa voz ronca de mierda, cuando se miran por donde se metió la bala.
Eso es lo que los ahoga.
Pero en vez de disfrutar de ese supuesto gran y enorme y superador espectáculo de verlos con la pija o la concha voladas por los aires, ¿qué me pasa?, me aburro.
No está bueno Weigel.
Ese gimoteo es exasperante.
Ayer mismo.
Le digo.
Mientras esperaba con una abstinencia infernal al forro que trae la cocaína a este inodoro explotado me fui a matar chicos.
Nunca lo hice.
Pensé que esos no iban a gemir por su pija.
Ni saben que mierda es una pija, ni saben para que sirve, tampoco saben que hacen acá, ni saben que es esto.
Weigel.
No saben que es esto.
A uno, uno muy flacucho con cara de tonto, le dispare un cargador entero en las patas.
Pero se cago encima el forro.
El olor a mierda carajo, era espantoso.
Prefiero el olor de los muertos.
Cuando los prendemos fuego al menos es como oler ciervo asado o algo parecido.
Mientras ese chico, digamos chico, lloraba y temblaba hice que traigan a la madre.
Aunque no sé si era la madre, no sé, Weigel. No importa un carajo, el punto es que la puse de rodillas con un tiro en el talón, ordene a Neisser que la obligue a mirar al chico cagarse encima mientras le seguía disparando a los pies.
Saltaba todo cagado.
Un asco.
Después sangre, sangre y mierda.
No apuntaba, solo disparaba al suelo. Si le daba bien, sino, también.
Pero sí, le empecé a reventar los dedos de los pies.
Yo estaba hasta el orto de cocaína, Weigel, nunca antes había tomado tanto.
Pedí otro cargador a los gritos hasta que quedé afónico, el retardado ese de Heider me trae uno, lo hago volver de patadas en el orto y que traiga tres cargadores.
Cargue.
Le grite cinco veces la misma puta orden a Neisser.
Cinco veces, Weigel, ¿puede creerlo?.
Un consejo de paso soldado, le servirá.
Un superior da una orden una sola vez y usted la cumple una sola vez.
Repetir cualquier orden una vez significa el fin de su carrera, ¿oyó?, no cinco veces, una sola.
Bien.
¿Por donde iba?, si, recuerdo.
Neisser se despabila, agarra a la puta de la madre y le entierra la cara en la mierda con sangre y dedos que salpicaba el chico.
¡Track!, me quedo sin balas.
Temblaban los dos.
Temblaban como lo hago yo cuando no tengo más cocaína.
Como ahora, mientras espero al idiota.
Cargué tranquilo, sino se me traba, siempre.
Apunte al chico y arranque por los pies, luego las piernas, seguí por las pelotas, por el vientre, las manos, los brazos, el pecho.
El cargador de mierda se acaba.
¿Puede creerlo Weigel?.
Pongo otro cargador y se lo vacío en la cabeza.
Pero estaba muerto ya.
Le volé la cabeza a un muerto nomás.
La madre vio todo.
Neisser la hizo ver todo.
En ese momento noté que me quedó, de pura suerte, ¿ah?, una sola bala Weigel.
¡Una!.
Escuche Weigel, la puta judía lloraba mientras balbuceaba alguna mierda hebrea y mi cabeza iba a reventar.
Me queda un puto culo de whisky.
Venga su vaso, vamos.
Mitad usted Weigel, mitad yo.
Me fui encima de la puta judía y le enterré la pistola en el culo, como si me la estuviera cogiendo, pero con la pistola.
La imagen Weigel, ¿la ve?, bien.
Entonces, le metía y le sacaba el arma del culo, después le metí la pistola hasta el fondo y con el caño enterrado hasta el fondo del culo, le metí el último disparo.
Se calló entonces, recién ahí cerro la boca.
Por fin la cerró.
La pistola quedó llena de mierda y sangre.
Me fui a tomar más, lo último que me quedaba.
Bien Weigel, deme su arma por favor.
No tiemble, por favor le pido.
¡Increíble Weigel!, ¡parece que tiene la peste judía!.
Eso, deme.
Es hermosa Weigel.
Retírese.
Que se retire Weigel, cierre la puerta.
¡¿Cómo?!, ¡me sorprende soldado!.
Bueno.
Usted me dio un tiempo, escuchándome.
Puedo responder, diga.
¡Espere!, solo una pregunta.
Bien.
Hágala, piense y hágala.
Una pregunta justa.
El caño dentro de la boca, rozando la campanilla, la mano libre sostiene a la mano que jala el gatillo para evitar quitar el arma a último momento.
La muerte es instantánea.
Weigel.
Los tontos de este campo de mierda se van a encontrar con mi cabeza reventada.
Ojalá se vuelvan locos de una buena vez.
Weigel.
Baum, Reber, Rohmer, Schell, Heine, Heider, Neisser.
Usted también Wiegel, porque no va a matarse, ¿sabe?, no le creo.
Mejor es que se vuelva loco.
Así, cuando lleguen los soviéticos, todo va a ser mejor para hombres como usted.
El resto nos tenemos que morir acá.
Cierre Weigel, el pastor de lobos ya llega y quiero privacidad.
Heil Hitler.Me queda un puto culo de whisky.


Que mierda.
¡Weigel!, despierte vamos. Acérquese.
¡Venga le digo!.
Eso.
Tome asiento.
Usted y yo, Weigel, haremos exitoso este campo. Otra vez. ¿Qué le pasa?. ¿Ah?, ¿qué dice?, ¡carajo!, ¡¿cómo cree?!, ¡cómo se pueda mierda!, ¡hombres más jóvenes que usted vivieron en estos barracones, algunos vivieron hasta cuatro años sin salir, sin recibir correspondencia, sin noticias de nada ni nadie!. Hombre. ¿Desde cuándo esas preguntas?. Imbécil, hemos tenido mucho menos que esta mierda de Whisky y aun así recibíamos diez trenes. Diez trenes a la mierda. Cumplíamos. 
Hoy no es el peor de todos los días.
Pero todo es mierda.
¿Oyó, Weigel?, estamos hasta la frente enterrados en esta puta mierda.
Mire. Le contaré algo, Weigel.
Algo que no debería decirle a usted pero qué más da, no tengo reparos ya, los soviéticos van a cortarle las pelotas.
¡Epa!, ¿¡que pasa hombre!?, no se aflija, vamos.
¡Vamos!, ¡enderece soldado!.
Eso.
Bien.
Piense, Weigel, ¿cómo acaso yo voy a saber algo de afuera?.
¿Eso cree?, ¿qué sé algo?.
Bueno, bien.
Recuerde. Acá nadie sabe nada. ¿Cuántos judíos existen?, ¡todos los días trenes llenos, Weigel!.
No importa, venga, acérquese.
Tome.
¡Vamos tome!, tome un trago y le cuento.
Tome, vamos.
¡Tome!, ¡eso!, beba, beba y ya.
No es muy bueno, ¿no?, lo sé hombre, no se me muera acá sentado, vamos, venga de nuevo el vaso.
Bien, le cuento.
Baum, Reber, no, no, mire mis dedos, no pierda la vista de mis dedos, ¿tiene la vista sobre mis dedos?, ¿ya?, bien.
De nuevo, Baum, Reber, Rohmer, este que es de Stutgart, ¡Schell!.
Mire mis dedos Weigel.
Son Baum, Reber, Rohmer, Schell y este que siempre me olvido mierda.
Espere.
¡Heine!.
Esos cinco. 
Ese Klausen, Kleiber o como sea el apellido creo que también. ¿Cuál es?, usted lo sabe, vamos.
Sí, no diga que no, lo tiene, ¡espere!, ¡el de la cara de judío!, ¡ese!, ¡sí!, ¡Klausen!, ese mismo, Klausen.
Ese imbécil también.
Todos unos hijos de una grandísima puta.
¿Sabe que me dijeron?, que no me meta con la cocaína si iba a estar acá.
Que muchos quedaban locos.
Pero no sé ya.
¿Usted?.
No, usted no claro, ¿cómo podría a usted interesarse en eso?.
Hace calor, Weigel, mucho.
Son los hornos de mierda.
¿Sabe?, tengo la pistola en el cajón del puto escritorio.
Cargada.
Estaba en los barracones de por allá, Weigel y alguien la trajo.
No sé quién la dejo en el cajón.
Tal vez ese con cara de judío, ese Klausen.
A ese le voy a pegar un tiro en la cara, debe ser judío, no entiendo porque tiene esa nariz.
Voy a hacerlo.
Mire, Weigel, con esta pistola, mi pistola, maté a tantas de esas ratas judías que si alguna vez pensé en llevar la cuenta, al rato me aburrí como usted no imagina.
Ayer nomás, todos en fila y yo a los tiros y no se mueren carajo.
No les dispare a matar pero esperaba al menos. No sé.
Un infarto por ejemplo.
Pero no.
No se mueren sino hasta la última bala.
Aquel idiota imbécil me mintió.
El aire del campo no los debilita, tampoco los envenena.
¡Escuche Weigel!, ¡no hay ningún gas mata-ratas-judías en el aire!.
Es un gastadero de munición.
Ahora pruebo con un tiro en el vientre, o en las pelotas.
Pero no.
No pasa nada.
Se retuercen, gritan.
Aunque eso no molesta tanto, los gritos no, sino cuando gimen con esa voz ronca de mierda, cuando se miran por donde se metió la bala.
Eso es lo que los ahoga.
Pero en vez de disfrutar de ese supuesto gran y enorme y superador espectáculo de verlos con la pija o la concha voladas por los aires, ¿qué me pasa?, me aburro.
No está bueno Weigel.
Ese gimoteo es exasperante.
Ayer mismo.
Le digo.
Mientras esperaba con una abstinencia infernal al forro que trae la cocaína a este inodoro explotado me fui a matar chicos.
Nunca lo hice.
Pensé que esos no iban a gemir por su pija.
Ni saben que mierda es una pija, ni saben para que sirve, tampoco saben que hacen acá, ni saben que es esto.
Weigel.
No saben que es esto.
A uno, uno muy flacucho con cara de tonto, le dispare un cargador entero en las patas.
Pero se cago encima el forro.
El olor a mierda carajo, era espantoso.
Prefiero el olor de los muertos.
Cuando los prendemos fuego al menos es como oler ciervo asado o parecido.
Mientras ese chico, digamos chico, lloraba y temblaba hice que traigan a la madre.
Aunque no sé si era la madre, no sé Weigel. No importa un carajo, el punto es que la puse de rodillas con un tiro en el talón, ordene a Neisser que la obligue a mirar a al chico cagarse encima mientras le seguía disparando a los pies.
Saltaba todo cagado.
Un asco.
Después sangre, sangre y mierda.
No apuntaba, solo disparaba al suelo. Si le daba bien, sino, también.
Pero sí, le empecé a reventar los dedos de los pies.
Yo estaba hasta el orto de cocaína Weigel, nunca antes había tomado tanto.
Pedí otro cargador a los gritos hasta que quedé afónico, el retardado ese de Heider me trae uno, lo hago volver de patadas en el orto y que traiga tres cargadores.
Cargue.
Le grite cinco veces la misma puta orden a Neisser.
Cinco veces Weigel, ¿puede creerlo?.
Un consejo de paso soldado, le servirá.
Un superior da una orden una sola vez y usted la cumple una sola vez.
Repetir cualquier orden una vez significa el fin de su carrera, ¿oyó?, no cinco veces, una sola.
Bien.
¿Por donde iba?, si, recuerdo.
Neisser se despabila, agarra a la puta de la madre y le entierra la cara en la mierda con sangre y dedos que salpicaba el chico.
¡Track!, me quedo sin balas.
Temblaban los dos.
Temblaban como lo hago yo cuando no tengo más cocaína.
Como ahora, mientras espero al idiota.
Cargué tranquilo, sino se me traba, siempre.
Apunte al chico y arranque por los pies, luego las piernas, seguí por las pelotas, por el vientre, las manos, los brazos, el pecho.
El cargador de mierda se acaba.
¿Puede creerlo Weigel?.
Pongo otro cargador y se lo vacío en la cabeza.
Pero estaba muerto ya.
Le volé la cabeza a un muerto nomás.
La madre vio todo.
Neisser la hizo ver todo.
En ese momento noté que me quedó, de pura suerte, ¿ah?, una sola bala Weigel.
¡Una!.
Escuche Weigel, la puta judía lloraba mientras balbuceaba alguna mierda hebrea y mi cabeza iba a reventar.
Me queda un puto culo de whisky.
Venga su vaso, vamos.
Mitad usted Weigel, mitad yo.
Me fui encima de la puta judía y le enterré la pistola en el culo, como si me la estuviera cogiendo, pero con la pistola.
La imagen Weigel, ¿la ve?, bien.
Entonces, le metía y le sacaba el arma del culo, después le metí la pistola hasta el fondo y con el caño enterrado hasta el fondo del culo, le metí el último disparo.
Se calló entonces, recién ahí cerro la boca.
Por fin la cerró.
La pistola quedó llena de mierda y sangre.
Me fui a tomar más, lo último que me quedaba.
Bien Weigel, deme su arma por favor.
No tiemble, por favor le pido.
¡Increíble Weigel!, ¡parece que tiene la peste judía!.
Eso, deme.
Es hermosa Weigel.
Retírese.
Que se retire Weigel, cierre la puerta.
¡¿Cómo?!, ¡me sorprende soldado!.
Bueno.
Usted me dio un tiempo, escuchándome.
Puedo responder, diga.
¡Espere!, solo una pregunta.
Bien.
Hágala, piense y hágala.
Una pregunta justa.
El caño dentro de la boca, rozando la campanilla, la mano libre sostiene a la mano que jala el gatillo para evitar quitar el arma a último momento.
La muerte es instantánea.
Weigel.
Los tontos de este campo de mierda se van a encontrar con mi cabeza reventada.
Ojalá se vuelvan locos de una buena vez.
Weigel.
Baum, Reber, Rohmer, Schell, Heine, Heider, Neisser.
Usted también Wiegel, porque no va a matarse, ¿sabe?, no le creo.
Mejor es que se vuelva loco.
Así, cuando lleguen los soviéticos, todo va a ser mejor para hombres como usted.
El resto nos tenemos que morir acá.
Cierre Weigel, el pastor de lobos ya llega y quiero privacidad.
Heil Hitler.


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