Yo lobo, vos también / "Hominis, estoy en nosotros".

Capítulo 3
Año 2014



Yo lobo, vos también 


   Entre lobos, conocemos las loberías. Las conozco por el olor fétido de la sangre de aquella oveja de rostro alucinado, que mataste hace días y que ahora llevás como abrigo. Se huele aún, nada más olfatear esa pestilencia en la brisa. Nada más me basta.

   Entre lobos, no nos podemos engañar. El hedor pestilente se huele ya seco y los redondos ojos impávidos de tu nuevo ropaje te ruegan, ya como un eco lejano, descanso. Es difícil. ¿Sabés?. No haber advertido el baño de sangre que regaste por estos lares. Tan solo una oveja o un carnero, ya son un espectáculo vigoroso de explosiva carnicería.    

    Entre lobos, entre nos, entenderás esta plegaria de años y años, que reposa sobre mí lomo. Lomo bañado por la luz de las lunas, por la sangre derramada, por la fetidez, por los ojos alucinados, por mi calma descarnada y ofuscada, por ser un lobo tan incauto.

    Entre lobos no. Entre lobos es una empresa osada, más si hay una diferencia abismal entre nuestros modales. Te has envuelto en esas lanas para alguna ocasión que no me concierne. Mientras, yo solo transcurro como un lobo despojado, un lobo panóptico que te oye susurrar relatos deshabitados de confianza. Tanto así es, que podes disfrutar vestir esos ojos sollozantes, que vivieron y murieron alucinados, para ser luego arrastrados de cara por el suelo.

     Entre lobos hay ausencias. Lo sabemos bien. ¿Será acaso el ojo carmesí lo que te haya conducido a intentar aquello digno de lo indecible?. ¿Serán la fobia y el miedo del ojo rojo, lo que te haya animado a intentarlo?. Alguna que otra vez sí, solo para alucinar. Pero yo no. Me siento agotado.

    Tampoco entre lobos podemos dejarnos conducir por el misterio, porque nosotros somos el misterio. Ocultándome en el crepúsculo, me dediqué a observar. Solo eso. He pasado años sin siquiera raer a aquellos que balan en la oscuridad. Esos de ahí abajo. Muertos en vida por el miedo.

    Entre lobos, nos regodeamos en nuestras loberías, en las hazañas de otro lobo y en las flores perfumadas de las orquídeas que se alimentan de la oscuridad. Acá, desde mi púlpito, en la cúspide más alta, vigilo comedidamente a los temblorosos.

    Entonces advierto algo inusual. Apenas asomo la mirada y lo corroboro. Sí. Ahí estás.

    Una rabia inesperada me aborda al notar tu ropaje lanudo inmiscuirse entre los tristes de abajo. Pero la rabia se torna apatía. Estoy muy cansado, y es de mi mayor pereza bajar por la turba con mí andar cansino. Aún así, bajo. Al acercarme, frunzo el ceño por el aplomo que siento por tener que mezclarme entre aquellos, los temblorosos. Temblorosos por la espuma de mis fauces. Borbotones de espuma por la molestia que me provoca descubrirte mezclándote entre los que balan.

   Luego de una caminata algo exasperante, me meto entre ellos. Alucinan a cada paso mío y se vuelve locura lo que apenas atisbaba laberinto. 

   Finalmente te encuentro y la rabia regresa con una intensidad que no esperaba. Molestan mucho tus formas tan descuidadas de caza furtiva. Aún te falta aprender. Entonces me vuelvo sombra. La sombra de la noche. No se me oye, no se me ve, no se me huele. Advierto con fatiga como intimidás a los que berrean. Tu crueldad es majestuosa cuando te metés con los taciturnos. ¿Seguirá siendo así cuando tengas que meterte conmigo?. ¿Con el mismísimo escalofrío?.

    Ya me encuentro a tu lado y vos aún no te das cuenta de ello. Que tontera. Aguardo un instante para que tengas la posibilidad de notarme. Pero mi paciencia tiene mecha corta.      
    Entonces, con ánimos de regresar ya a mi cima, te susurro, a colmillo desnudo y mueca desquiciada: 

    “Entre lobos, no". 

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